La Fuente de Cibeles.



La ciudad de Madrid estaba vacía y la noche en silencio, hasta que el despertar de los tacones flamencos resonaron rítmicos alrededor de la Fuente de Cibeles. 

Observando a la diosa y sus leones, se dejó llevar por la paz de ese sonar apenas audible sobre la furia del agua.
El tocaor comenzaba el Tirititrán, cuando ella hizo notar el taconeo, se oían entre los leones y el agua mientras la diosa los observaba.

Sonidos mágicos brotaban de los dedos del tocaor, vibratos que incitaban a danzar sus pies y recorrer el aire acariciándolo con un meneo ágil.
Entre el vaivén de su falda entallada y sus dedos, se creaba el soniquete compitiendo con la ansiosa caída del agua.

Cada molécula viva en escena vibraba en un mismo compás, mientras los leones y la diosa observaban en silencio.
Gota a gota, repiqueteaba como las yemas de sus dedos sobre las cuerdas de su amada guitarra.

Talón, cadera y brazos de pluma, largo el pelo oscuro y ardiente como la sangre gitana. La morena danzaba entre sus dedos, ignorando la envidia de la inmóvil Diosa. Inquieta y danzante brillaba como el agua ante el reflejo de la luna, dejando ver sus ojos delineados por un soplido de arte. 

Cruzando miradas se ponían de acuerdo los dedos del tocaor y los pies de la bailaora, vibrando cálidos sobre el fluir de la cascada acompañante.

Decididos a fundirse juegan juntos la subida, haciendo latir sus cuerdas y la danza de su amada gitana.
Rítmicos, respiración a respiración, sin pasos y quietas las cuerdas, frente a frente ante los leones de la fuente de Cibeles, se encuentran el rojo carmín de la bailaora  y los labios de tocador.


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